El carpintero que había contratado para que me ayudara a reparar una vieja granja, acababa de finalizar un duro primer día de trabajo. Su cortadora eléctrica se estropeó y le hizo perder una hora de trabajo, y ahora su antiguo camión se negaba a arrancar. Mientras lo llevaba a su casa, se sentó en silencio. Una vez que llegamos, me invitó a conocer a su familia.
Mientras nos dirigíamos a la puerta, se detuvo brevemente frente a un pequeño árbol, y tocó las puntas de sus ramas con ambas manos. Cuando abrió la puerta, sufrió una sorprendente transformación, su cara se lleno de sonrisas. Abrazo a sus dos pequeños hijos y le dio un cariñoso beso a su mujer.
Cuando al irme, me acompaño hasta el coche, pasamos por delante del árbol, y con curiosidad le pregunté sobre lo que había hecho al entrar un rato antes.
-¡Oh!, ése es mi árbol de problemas, me contesto. Sé que no puedo evitar tener problemas en el trabajo, pero una cosa es segura: los problemas no pertenecen a la casa, ni a mi mujer, ni a mis hijos. Así que, simplemente, los cuelgo en el árbol cada noche cuando llego a casa.
Luego, por la mañana, los recojo otra vez. Lo divertido es, dijo sonriendo, que cuando salgo por la mañana a recogerlos, ni remotamente hay tantos como los que recuerdo haber colgado la noche anterior.
(AUTOR DESCONOCIDO)
(AUTOR DESCONOCIDO)
¡Mmmm, y sin necesidad de hacer coaching para conciliar vida familiar y laboral...!
¿Porque nos parecen tan importantes los problemas del día a día de nuestro trabajo hasta el punto de arruinar nuestra vida familiar?...
¿Por qué permitimos que se nos vacíe el corazón de todo aquello que realmente nos nutre, nos ilusiona y nos hace vivir con entusiasmo... y lo sustituimos por el agujero negro del estrés?
Podemos cambiar... comencemos plantando un árbol delante de nuestra casa.